La segunda oportunidad

Entró en casa y el silencio absoluto le hizo pensar que estaba sola a pesar de que la puerta no estaba cerrada con llave.

Esa tarde de verano tenía poco trabajo y había salido un rato antes de la oficina. Le apetecía dar una vuelta por la dársena del puerto. Necesitaba pensar.

Llevaba meses preguntándose si era feliz junto a él, y no daba con la respuesta. Por miedo. A equivocarse, a la soledad, a sentir dolor.

Se sumergía cada mañana en su vida, abrazando la rutina de trabajo y la desidia de su vida junto a él. Le asaltaba la duda de si más que vivir, quizá simplemente estaba sobreviviendo. Y había días en que el solo pensamiento la hacía zozobrar en un mar de indecisión.

Esa tarde frente al mar había tomado por fin una decisión. No sabía si era la acertada, no sabía si iba a cometer un gran error, no sabía si perdería al amor de su vida. Lo que sí sabía era que necesitaba detener esa angustia que llenaba sus días y si eso implicaba dejar aquella relación, lo haría. La incertidumbre la agobiaba demasiado.

En cuanto atravesó el umbral de la puerta de la habitación lo vió. Estaba tumbado boca abajo en el suelo, inerte y en ese instante se detuvo el tiempo.

El gritó que soltó le ayudó a recuperar su propia respiración y corrió a levantarlo, a comprobar si respiraba, a intentar reanimarlo.

“No… no… no…”, repetía como una letanía sin parar, mientras era incapaz de saber si su corazón aún latía.

Buscó con desesperación el teléfono en su bolso, marcó el número de emergencia y tras pedir atención médica, dio la dirección de su casa y rogó que corriesen.

Después, no pudo hacer nada más que abrazarse a su cuerpo, y sollozar sobre su pecho mientras rogaba a algún Dios no perderle.

Lo que le pareció una eternidad duró apenas 10 minutos, el tiempo que tardó en llegar una ambulancia con un médico y un técnico que tras un rápido reconocimiento determinaron que podría haber sido un infarto, y que debían trasladarlo rápidamente al hospital.

Lo siguiente pasó como lo había visto mil veces en las películas: ella sentada en la ambulancia junto a él sujetándole fuerte la mano, susurrándole que no la dejase. mientras él, aún inconsciente, se desdibujaba tras la máscara de oxígeno.

Pasaron varias horas antes de que la doctora saliese a informarla. En esas horas revivió los mejores momentos de los años compartidos. Rememoró lo felices que habían vivido la mayor parte del tiempo: viajes, risas, complicidad… Y pronto vio claro que la apatía que la embargaba los últimos tiempos había sido básicamente creada y fomentada por ella.

Sí, lo vio claro. A lo largo de su vida se había comportado como una niña caprichosa en todas las áreas de su vida. Estudios, trabajo, amigas, familia, novios… al principio todo era como un juego nuevo y divertido hasta que se cansaba, entonces se aburría y lo apartaba de su camino.

Pero esta vez iba a ser diferente, juraba a modo de promesa a una fuerza superior. Si él salía adelante ella daría un giro a su actitud y le demostraría lo mucho que se había dado cuenta que le quería.

Había sido efectivamente un leve infarto, y a pesar del tremendo susto, gracias al hecho de que había pasado muy poco tiempo desde que se produjo la pérdida de conocimiento hasta que fue atendido, ya se encontraba fuera de peligro. Se recuperaría sin problemas siguiendo las indicaciones médicas, además de alimentación sana y por supuesto una vida lo más tranquila posible.

Sonrió con lágrimas en los ojos estrechando la mano de la médica con gratitud: La vida le daba una segunda oportunidad y no iba a desaprovecharla ahora que sabía que había tenido un aviso casi providencial.

La doctora le dejó pasar a visitarle. “Ha pedido verte. Pero solo unos minutos, necesita descansar.”

Cuando entró, le pareció que estaba muy pálido, pero le regaló una leve sonrisa. Ella lo abrazó suave pero sólidamente. No quería soltarle más.

Él carraspeó antes de apartarse sutilmente. La miró profundamente y un gesto de seriedad le ensombreció el rostro: “Gracias por avisar a la ambulancia, si no fuera por ti, quizá no habría podido contarlo”. Ante su solemnidad, que ella interpretó como agotamiento y preocupación por el mal momento vivido, se retiró un poco sin dejar de tomarle las manos. Estaban heladas.

Antes de que ella pudiese preguntarle qué le sucedía, no sin cierto velo de incomodidad, él prosiguió: “No sé si es el momento de hablar de esto, pero siento la inmediata necesidad de hacerlo.

La vida me ha avisado de lo volátil que puede ser. Todo es fugaz, todo puede cambiar en un segundo. Y necesito decirte que hace ya un tiempo que percibo que no eres feliz.”

Sonrió algo desconcertada, acercándose apenas unos centímetros para calmarle, para decirle que sí que era verdad, que había estado displicente, pero que se había dado cuenta a tiempo y que todo iba a cambiar, que tenía ganas de ser feliz a su lado. Sin embargo, él con un suave pero firme gesto se soltó de sus manos. “Por favor déjame que continúe. Siento que debo hablarte ahora.” Ella tensó la espalda dejando las manos sobre su propio regazo con desazón. No entendía qué estaba pasando, ella también había entendido el mensaje de vida: tenía que luchar por estar juntos y ser felices. Pero se lo diría luego, dejó que él continuase:

“He intentado por todos los medios no ser un capricho más en tu vida, no ser un juguete gastado de los que te cansabas tan rápido. Durante un tiempo fue sencillo, pero luego cuando empezaba a ver cómo llegaba lo inevitable, seguí peleando sin querer reconocer que estaba corriendo la misma suerte que todo lo demás en tu vida.

Mi cabeza no quería verlo, pero mi corazón lo ha sentido todo el tiempo hasta romperse.

Desde que he recuperado la consciencia no he podido parar de pensar que no puedo permitirme vivir expuesto a los antojos de alguien que no me quiere, que deja de luchar en cuanto la vida deja de ser novedad y diversión.

Para no hacerlo más complicado, prefiero que lo dejemos hoy aquí y ahora, para recuperarme solo, para devolverle a mi corazón el amor que le ha hecho partirse.”

Ella le miró con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón detenido.

Pero lo entendió.

Entendió que a veces tener una segunda oportunidad no tiene el mismo significado para dos personas. Y que a veces, puede ser demasiado tarde.

Latido

Autor: luzbouza.com

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