Despertares

Se despertó aun temblando. Había soñado que caminaba sobre la nieve en medio de una tempestad. Sintió que el frío aún le atenazaba el cuerpo y se encogió bajo el grueso edredón de invierno que cubría su cama.

Cerró los ojos con esa sensación anhelante de poder disfrutar 5 minutos más antes de poner un pie en el mundo real. Una vez transcurridos miró a su derecha y le vio girado de espaldas a ella, en el otro extremo de la cama, con su cuerpo a un abismo de su propio cuerpo y sintió como el ánimo se le acababa de congelar.

La imagen, un tanto descorazonadora, la empujó a salir de la cama. Pensó que en otro tiempo, al despertar de una pesadilla así, le hubiese buscado a tientas para encontrar consuelo y calor en sus brazos. Sin embargo ahora, prefería dejar que el agua casi hirviendo de la ducha le arrancase el frío que se había instalado en su cuerpo y en su alma.

Mientras salía de la ducha, volvió a pensar en el sueño… Nunca le había gustado el frío. A la que empezaba a refrescar el clima en otoño, enseguida se le entumecían las manos y los pies y se le ponían las uñas de color violáceo. Por esa misma razón jamás se le dio bien esquiar. No le encontraba ningún sentido a lo mal que lo pasaba practicando un deporte a la intemperie bajo 0. ¿Qué gracia tenía? Ninguna.

Se recogió el cabello en una toalla y se puso el albornoz, no sin antes echar un vistazo a su cuerpo desnudo reflejado en el espejo… trató de buscar señales del paso del tiempo… Pensó que su falta de buena memoria le ayudaría a envejecer sin demasiadas angustias… no recordaba cómo era su cuerpo cuando tenía 20 años… así que no lo echaba de menos. Trató de sonreírse y guiñarse un ojo buscando su propia complicidad mientras se cubría para dirigirse a la cocina a preparar su café favorito del día.

Era toda una liturgia perfectamente sincronizada: ponía el pan en la tostadora mientras enchufaba la máquina de café, a continuación calentaba la leche que hacía sonar el microondas casi al mismo tiempo que saltaban las tostadas listas y la lucecita de la máquina dejaba de parpadear avisando de que estaba lista para emanar el suero de la vida, el oro líquido, el maná después del ayuno nocturno, tan necesario para volver a la vida cada mañana.

Justo cuando hacía equilibrios con la taza gigante de café con leche en una mano, el plato con las tostadas en la otra,  y la mantequilla y la mermelada en ambos antebrazos, a la vez que mantenía la cabeza hacia atrás para que la dichosa toalla no le cayese sobre los ojos, oyó en el dormitorio  como él se desperezaba e iba hacia la ducha.

Mientras encendía la tele para ver qué le deparaba el mundo y mordisqueaba una tostada distraída, se preguntó cuánto tiempo hacía que no se abrazaban al despertar. Recordaba que lo habían hecho cada mañana durante los primeros años, no importaba lo temprano que fuese o lo dormidos que estuviesen… Cada mañana del mundo se despertaban y lo primero que hacían era buscar al otro para fundirse en un abrazo, como si eso fuera el hechizo mágico que les iba a propiciar un día de lo más feliz. Sonrió con nostalgia recordando cómo a veces, aquellos abrazos iban a más.

Salió de su ensoñación de un portazo. El que él había dado al salir del lavabo tras la ducha y entonces apareció con el pelo mojado y arremolinado  sobre la frente y una toalla anudada a la cintura. La miró sonriendo brevemente y ella no pudo menos que admirar aquel cuerpo prácticamente perfecto que tan bien conocía. Hombros anchos, brazos fuertes, pectorales y abdominales bien esculpidos… Sí, sin duda la naturaleza le había regalado una genética de infarto. Pero ni él se acercó a darle un beso de buenos días, ni ella se levantó a abrazarle… Era así desde hacía ya demasiado tiempo. Y aunque era algo a lo que se había acostumbrado, no dejaba de entristecerle.

Una vez vestida, peinada y maquillada fue a cerrar la ventana de la habitación que había abierto para ventilar el cuarto. La estancia se había enfriado con el viento gélido de aquella mañana de invierno y sintió un escalofrío recordando su sueño. Se preguntó si ese sueño no era un reflejo de su vida en pareja. Cogió el abrigo y salió junto a él de casa. Bajaron juntos en el ascensor en completo silencio y al llegar al portal se dieron un amago de abrazo sin efusión y tomaron caminos contrarios.

Mientras esperaba en el andén llegó el metro lleno a rebosar de pasajeros que iban a sus trabajos en hora punta. Sin alma, con las miradas vacías, lentos en sus movimientos… era como el más gore de los capítulos de “The walking dead”… y se sintió desprotegida sin la ballesta de Daryl. Rió para sí misma por la ocurrencia y tomando aire profundamente entró en el vagón y trató de hacerse camino hasta la barra de sujeción. Le costó un par de codazos en las costillas y un pisotón, pero consiguió agarrarse. Trató de buscar la parte del hierro que estaba menos caliente, fantaseando con la idea de que estuviera menos manoseada.

Era casi misión imposible, pero encajada entre un ancianito con cara de simpático y una señora enorme, trató de sacar su libro y continuar la historia donde la había dejado el día anterior. Pensó que para su cumpleaños se regalaría un e-book, para inmediatamente después rectificarse por enésima vez y reafirmarse en lo mucho que prefería el tacto de un libro, el sonido, color y olor de sus páginas. Todo esto mientras hacía equilibrios sobre sus tacones y releía por séptima vez el mismo párrafo sin acabar de enterarse de porqué el protagonista acababa de matar a su jefe.

De repente, sintió cómo un brazo desde atrás se sujetaba fuerte a la barra a escasos centímetros de su oreja derecha. Era un brazo vestido con la manga de un elegante traje muy caro, casi obsceno en un entorno tan de clase media como era donde se encontraban. Dirigió de nuevo su mirada al libro hasta que la mano de aquel brazo volvió a llamar su atención. Era la mano grande y fuerte de alguien maduro pero aún joven. Con las uñas cuidadas y bien perfiladas. Fue entonces cuando se dio cuenta del agradable olor a colonia que desprendía.

Empezó a sentir curiosidad pero le daba demasiada vergüenza girarse. Aunque a decir verdad, tampoco hubiese podido porque el sonriente abuelito y la robusta señora se lo impedían. Casi lo prefería porque así podía imaginar que el dueño de aquel fuerte y elegante brazo era un acaudalado filántropo que había decidido bajar al centro de la tierra para ver sobre el terreno como vivía un ciudadano de a pie. O bien era una especie de Bruce Wayne que tenía el Batmóvil averiado y no había tenido más remedio que coger el transporte público ¡Menuda contrariedad! Sonrió pensando en lo payasa que era y justo en ese instante el metro frenó en seco haciendo un ruido escalofriante, zarandeando a todos los pasajeros y haciéndole perder el equilibrio hasta casi caer. Casi, porque el brazo misterioso la cogió de la cintura antes de que se precipitase sobre el ancianito feliz que había conseguido agarrarse fuerte y no caer. Tras el susto inicial trató de incorporarse y al mirarse la cintura vio como el brazo trajeado la sujetaba firmemente. Cuando recuperó la verticalidad se giró para darle las gracias al resto del cuerpo y entonces se topó con unos ojos increíbles que le sonreían y una boca preciosa que le decía “Sujétate bien, bella”.

Notó como subía el calor a sus mejillas, lo que la avisaba  de que también había subido el consabido color rojo, por lo que tras susurrar un tímido “gracias”, volvió a su posición inicial de espaldas a él. Su héroe particular colocó de nuevo el brazo a la altura aproximada de su cuello. El metro reanudó su marcha mientras por los altavoces una voz masculina pedía disculpas por el incidente.

Quedaban dos paradas para llegar a su destino y estaba absurdamente nerviosa. Ahora ya sabía que tenía los brazos fuertes, olía bien y que era atractivo, además de encantador. No sabía si eran imaginaciones suyas o sintió que él estaba algo más cerca, sin llegar a tocarla, pero notaba su presencia invadiendo su espacio. Y lo peor, era que no le molestaba. Todo lo contrario. Ella subió su mano un poco más en la barra acercándola a la de él, a lo que él reaccionó bajando la suya hasta rozarla suavemente. Sin duda, era premeditado ¡estaba segura!

En esos pensamientos andaba sumergida cuando se dio cuenta de que estaban en su parada y ya sonaba el inefable pitido que avisaba de que las puertas estaban a punto de cerrarse. Pegó un respingo y salió corriendo hacia la salida sorteando al resto de pasajeros hasta que cruzó las puertas en el mismo instante en que se cerraban, a la vez que se torcía un tobillo por la rapidez de su huida.Metro London

Sujetándose el tobillo dolorido, se giró justo a tiempo de verle sonreír a través de la ventana, mientas agitaba la cabeza divertido por la escena.

Acertó a saludarle con la mano mientras el metro se alejaba. De repente se vio a si misma a la pata coja, agitando su libro despidiendo a un tren que ya estaba demasiado lejos y con una sonrisa boba en la cara.

Bajó el pie al suelo, guardó su libro en el bolso y echó a andar con una ligera cojera mientras se recolocaba la ropa. Aquello no era normal. Un desconocido le había hecho sentir más emociones en un trayecto en metro que su novio en los últimos 3 meses. Sintió un nudo en el estómago pero estaba segura.

Cogió el móvil de su bolso, marcó el número y cuando él contestó, sólo dijo: “Tenemos que hablar”.

 

Autor: luzbouza.com

Te voy a contar algo...

2 opiniones en “Despertares”

  1. Hola somniadora!!
    Que bé que escrius i descrius.
    Si es poguessin fer peticions d’històries, jo en faria una on la protagonista expressés el seu pensament sobre algun tema que la colpeixi.
    Però tampoc voldria influir en el moment creatiu de l’escriptora 😉

Replica a lluc carulla Cancelar la respuesta