Tenía sólo una hora para comer, y en ese tiempo solía devorar rápido el contenido de su fiambrera y luego bajaba corriendo a la calle para pasear y sentir, al menos durante un ratito al día, el sol y el aire en la cara. Pero ese verano estaba siendo especialmente caluroso, por lo que pasaba muchos ratos de su mediodía buscando sombras. Y fue así como encontró aquella oscura y vieja librería que estaba medio escondida en un chaflán del Eixample Esquerre.
La descubrió por casualidad un día que buscaba un regalo para un amigo. Paseando distraída vio la pequeña y oscura entrada, con un cartel de madera desvencijada donde rezaba City Lights Booksellers and Publishers, como la famosa librería de San Francisco. Una vez atravesó el umbral se dio cuenta de que quedaba inmediatamente atrapada por la magia de aquel lugar. No era muy grande pero estrechos pasillos tenuemente iluminados se abrían como las alas de una polilla ante la luz mostrando miles y miles de libros nuevos y usados, conteniendo mil historias, mil cuentos, mil argumentos hambrientos de ser devorados por ojos ávidos de fantasía.
No tenía mucho tiempo, de modo que cuando vio “1984” de Orwell, le pareció una excelente opción y se dirigió a la caja, donde estaba la única persona que parecía trabajar en la librería, una mujer de mediana edad, vestida de forma algo estrafalaria. Leía un pequeño libro sentada al lado de la caja, una de esas enormes antiguas de metal con teclas grandes y redondas, que tan bien encajaban en aquel espacio. Parecía absorta en la lectura, pero salió de su concentración con una alegre sonrisa y dejando que sus gafas de lectura cayesen suspendidas por una cadenita de colores sobre su pecho.
-“Buena elección, niña”- le dijo tomando el libro de George Orwell. A lo que la chica, mientras pagaba, respondió dudosa: – “Eso espero, es un regalo”.
La mujer la miró profundamente y le dijo sonriendo enigmática: “En ese caso, permíteme que yo te haga un regalo a ti”. Se agachó bajo la enorme caja registradora y volvió a aparecer con un libro. La chica sonrió agradecida. Pensó que se trataba de un regalo de promoción hasta que vió que se trataba de la edición antiquísima de un grueso libro usado.
-”Este libro te ayudará.”
Cuando lo tomó entre sus manos tuvo que pasar un dedo por la portada para apartar la fina patina de polvo que la cubría y poder leer “I ching”. Levantó la mirada para preguntar a la mujer sobre el libro, pero ya no estaba. ¿Cómo había podido desaparecer con tanto sigilo? No había podido ni tan sólo darle las gracias. Y lo más importante, no había podido preguntarle a qué se refería con que le ayudaría. ¿A qué se refería? Se encogió de hombros, tomó los dos libros y salió de nuevo al exterior, donde el sol de mediodía la cegó por unos segundos.
Consultó su reloj, aún disponía de 15 minutos antes de regrasar a la oficina, por lo que decidió tomarse un café en una terraza de la calle Enrique Granados. Se sentó a una mesita y cuando le trajeron su cortado con hielo, se puso las gafas de leer que tanta rabia le daba tener que usar, y empezó a ojear el “I ching”.
Vio que bajo el título principal aparecía, a modo de traducción, la acotación “El libro de los cambios” y le resultó inspirador. Se trataba de un texto clásico chino de más de 3000 años de antigüedad que según la introducción, había sido escrito por un rey y su hijo bajo la supervisión de un monje taoísta, aunque siglos después había sido revisado por Confucio. Al parecer el libro trataba de ser un compendio de símbolos que trata de describir acciones, acontecimientos y relaciones y cómo cambian en función del paso del tiempo.
Le sonó algo confuso pero al parecer el libro era una especie de guía espiritual al que recurrir ante los dilemas de la vida. Su funcionamiento se basaba en formular una pregunta sobre algún aspecto sobre el que se desase arrojar luz y tras lanzar varias veces 3 monedas y en función de la combinación en que caían, se consultaba en el libro la respuesta.
Anexa encontró una explicación de los pasos a seguir para la correcta interpretación de las tiradas de la monedas para luego leer el capítulo del I ching, que da las respuestas.
De pronto cerró el libro de golpe y puso los ojos en blanco al descubrirse a sí misma tan interesada en esa especie de oráculo chino que tenía entre las manos, y fantaseando con que ese libro antiguo podría darle la respuesta a la decisión que le rondaba la cabeza y no acababa de determinar.
¿Cómo podía seguir siendo tan inocente a esas alturas de la película? Se rió de sí misma por haber depositado sus esperanzas por unos minutos en un aparente “libro mágico”.
Apuró su café y volvió a la rutina de su oficina.
Al acabar otra aburrida jornada, tomó con cierto alivio, el metro para volver a casa.
El vaivén del metro tenía la capacidad de sumirla en una especie de trance, donde empezaba a dar vueltas a todo aquello que la preocupaba. El trabajo, el futuro, qué podría hacer para acabar con aquella sensación de estancamiento…
De repente una voz masculina la sacó de su ensimismamiento. Vio a un chico con el pelo por los hombros y barba cuidada que la miraba con unos profundos ojos verdes. Ella balbuceó un: “¿Disculpa?” sin estar del todo segura de si le había hablado a ella, a lo que él contestó sonriendo y señalando el libro que ella apretaba contra su pecho: “Te preguntaba que si tienes las monedas”. Ella miró soprendida el “I Ching” que llevaba en las manos y contestó negando con la cabeza. Luego añadió, “Me lo han regalado hoy, no sé cómo funciona”.
Él soltó una simpática carcajada y apoyándose en la pared del vagón junto a ella y le dijo “A ver, no es un IPhone, es un libro, sólo que para consultarlo y leerlo, las monedas son el vehículo que te guiarán por sus páginas”… Ella volvió a mirar el libro y lo hojeó rápidamente para preguntar: “¿Entonces el “I Ching” te da respuestas a través de estos capítulos?“, él suspiro antes de contestar: “A ver, la lectura está muy basada en simbologías, pero si abres tu mente y tu corazón, es muy posible que encuentres respuestas a tus preguntas”.
Ella, perdiendo todo atisbo de su timidez inicial, insistió, perdiéndose en el verde de aquellos ojos: “Pero si le preguntas, ¿él te contesta la verdad?”…. El metro se detuvo en la siguiente parada, y él, cómplice, le tocó el hombro antes de bajar, diciendo con un guiño “¿Por qué no lo averiguas?”.
Fue tan rápido que sólo atinó a decirle adios con la mano desde la ventana mientras el metro arrancaba de nuevo.
A esas alturas ya sentía muchísima curiosidad por lo que a pesar del cansancio, en cuanto llegó a casa se puso a investigar en internet sobre toda la información que pudo encontrar sobre el “I Ching”. Ya no podía resistirse y a peser de su excepticismo innato, quería probar suerte y preguntarle a ese libro cuál era la decisión correcta a tomar. Hacía tiempo que le rondaba la idea por la mente pero mil temores y la incertidumbre la detenían. ¿Y si el “I Ching” tenía la respuesta?
Buscó en su pequeño monedero plateado, 3 monedas comunes iguales (wikipedia decía que no era necesario que las monedas fueran chinas) y a continuación, tras concentrarse en la pregunta que le rondaba la cabeza, hizo paso a paso todo lo que el capítulo de “Cómo consultar “El libro del cambio”” indicaba. Tras navegar entre hexagramas y trigramas chinos llegó por fin a la lectura que daba respuesta a su pregunta: “La pisada”, que hablaba de lo importante que era la firmeza a la hora de pisar la cola a un tigre sin ser mordido.
Lo cierto es que tras la lectura del capítulo, que le resultó demasiado vago y carente de claridad, se sintió exactamente igual que antes de leerlo. No sonaron truenos ni vio relámpagos a través de la ventana… Ni aparecieron estrellas fugaces en el cielo ni fuegos fatuos en su salón. Se sintió un decepcionada… y también un poco tonta.
Decidió irse a descansar y olvidarse del “I Ching” y de cualquier otro oráculo adivinatorio. ¿Cómo había podido dejarse llevar por algo tan infantil? ¿Cómo habia podido pensar por un sólo instante que un libro podía solucionar sus problemas? Seguía igual de confusa y ahora además se sentía como una absoluta ingenua y algo enfadada consigo misma.
Al día siguiente, a pesar de que intentaba apartar de su mente toda la historia de “El libro de las mutaciones”, no podía dejar de pensar en ello. Había algo en él que la atraía de una forma que no podía controlar. Así que a la hora de comer, tras otra mañana anodina en el trabajo, regresó al City Lights Booksellers and Publishers con la intención de pedir explicaciones a la librera peculiar.
Cuando entró en la librería tuvo que acomodar por unos segundos sus sensibles ojos del sol de verano que estallaba en la calle a la oscuridad que reinaba en el interior. El City Lights estaba desierto, como siempre. La librera no estaba en la caja, y en su lugar un pequeño haz de luz que provenía de una lámpara antigua, hacía volar partículas de polvo, confiriendo un aire enigmático al lugar. Resopló un poco fastidiada por ese entorno misterioso que le había hecho creer en la magia desde el día anterior.
De repente un roce sobre su hombro izquierdo le hizo pegar un respingo. Cuando se giró se encontró con la sonrisa amable de la librera que le dijo: “Perdona niña, no quería asustarte. ¿Puedo ayudarte en algo?”. Algo molesta, la chica respondió, “Sí, espero que sí, ayer me regalaste este libro, me dijiste que me ayudaría. He leído, he buscado y ahora sé que es un oráculo chino al que se consultan cuestiones sobre la vida y él te contesta, pero no entiendo nada. Esta especie de fábulas son un cuento chino. Nunca mejor dicho.”
Lo dijo todo seguido, atropellada y casi sin respirar. Cuando acabó se sintió un poco avergonzada porque la librera seguía sonriéndole amable como siempre. Cerró los ojos un segundo y musitó un: “Lo siento”. Luego continuó, “Es que jamás había oído hablar de este libro y desde ayer parece que todo el mundo lo conoce y sabe como funciona y yo me siento estúpida, por creer que un libro mágico me va a dar respuestas”.
La librera soltó una alegre carcajada mientras tomaba el libro de entre sus manos y dejaba caer sus graciosas gafas desde la punta de su nariz para quedar colgando sobre su pecho. Luego cogió cariñosamente los hombros de la chica y la hizo sentar en una escalerita que servía para alcanzar los libros de las estanterías más altas, al tiempo que ella se sentaba en una vieja butaca con orejeras que había en una esquina.
“Niña, no lo has entendido. ¿En serio pensabas que era un libro mágico y que lo ibas a consultar como una bola de cristal o como a los arcanos de un Tarot y te iba a dar solución a tu desazón?” Y volvió a reir suavemente, lo que molestó a la chica, que se removió incomoda en la escalera.
“No, niña, no. La magia existe, ¡claro que sí! Pero sólo está en ti”. La chica frunció el ceño.
“Habrás oído mil veces que nuestro cerebro sólo utiliza una pequeña porción de su capacidad. Esa parte consciente es sólo la punta del iceberg, bajo el agua está toda la parte subconsciente, el trozo más grande de hielo. Y ahí, niña querida, ahí es donde están escondidas todas tus respuestas. El “I Ching” es sólo un vehículo para sacar a la luz algo que está en ti. Algo que ya sabes. La clave del camino que debes elegir”.
La chica se quedó sorprendida. Era tan simple como esclarecedor.
“Todo está en tí, en tu alma y en tu corazón. Formula tu pregunta y lee con tus sentimientos no con la razón. Encontrarás tu respuesta, porque la respuesta ya está dentro de ti”.
Se miraron durante unos segundos. La librera con su sonrisa amable, la chica con los ojos muy abiertos, con esa expresión de quien más allá de entender con la mente, ha comprendido algo nuevo con el corazón.
La librera dio por terminada la conversación levantándose y depositando el “I Ching” en el regazo de la chica. Le acarició la mejilla en un gesto cariñoso antes de desaparecer por uno de los pasillos oscuros cuajado de libros mientras decía. “´Tú ya sabes lo que tienes que hacer, niña, no lo dudes. El “I Ching” es sólo el farol que puede alumbrar el principio de tu camino”.
Y allí, con la tenue luz de la librería, rebuscó en el libro y volvió a leer el capítulo de “La pisada”
… Caminar, firmeza, aventura, atravesar el cambio con éxito…
Cerró el libro y lo apretó contra su pecho, sonriendo.
Sí, sin duda hoy mismo hablaría con su jefe para dejar el trabajo. Se trasladaría a Londres unos meses para hacer la formación que hacía tantos años que quería hacer.
Iba a pisar la cola del tigre con firmeza. Y no iba a ser mordida por él.
